16 de octubre de 2011
Ya hace más de diez días
que estoy en Bangalore y cada vez me siento un poquito más parte de
la ciudad. El pasado jueves nos mudamos, por fin, a la que será
nuestra vivienda definitiva durante el próximo año. Pasé más de
una semana en aquella residencia, compartiendo habitación con
alguien a quien acababa de conocer y el baño con gente que ni tan
solo se dejaba ver, resistiéndome a guardar mi ropa en aquél
maloliente armario. Todo el piso en general tenía un aspecto un
tanto asqueroso, a pesar de que todos los días venía una niña a
fregar los platos y “¿limpiar?”; ese suelo no sabía lo que era
una fregona, la mugre se incrustaba en las losas hasta formar parte
de ellas y creando una película oscura y rugosa a través de la que
aún se intuía el suelo original. El baño era “limpio”, ya que
también tenía la función de plato de ducha; el agua salía de una
de las paredes y no había manpara ni cortina que controlara el
esparcimiento del agua por todo el cuarto, esta era la razón por la
que el baño se conservaba más o menos en condiciones, a excepción
de la taza del váter, desgraciadamente debía estar colocada en un
lugar estratégico al que el agua no podía llegar. La cocina tenía
aspecto de avanzada precariedad, los armarios viejos, mugrientos y a
pesar de ello, cerrados con candado, las paredes mostraban marcas de
ancestrales goteras y la cocina era una especie de camping-gas de
doble fuego. También teníamos una sala comedor con una mesa grande
rodeada de sillas, nunca nos sentamos allí, pues las mugrientas
manchas de restos de comida de la mesa no eran nada en comparación
con las de las sillas. También había un sofá y dos sillones. A
veces por las mañanas abría la puerta de la calle y me sentaba en
el sillón mientras desayunaba mis cereales con profunda sensación
de asco, pero con el paso de los días se me hacía cada vez más
ameno sentarme al lado de la puerta abierta y ver a los vecinos salir
de casa o algún que otro rickshaw o motocicleta que pasaba por la
puerta. Siempre veía alguna mujer mayor calle abajo o algún
vendedor ambulante, lanzando gritos incomprensibles para mí. Anaí y
yo nos acostumbramos a salir todas las noches a cenar nuestro ya
mítico sándwich de queso en las escaleritas de la puerta. El
vigilante del edificio ya nos conocía y siempre intentaba darnos
conversación, era un hombre un poco raro, no nos gustaba hablar con
él, llevaba arroz pegado en la frente y nos decía que las mujeres
no deberían beber alcohol, pues el pobre hombre ignoraba que aquello
que, nuestras aparentemente, inocentes tazas de café contenían era
la cerveza que tanto tiempo nos había llevado encontrar en esta
ciudad. A menudo no podíamos quedarnos en las escaleras de la puerta
todo el tiempo que nos hubiera gustado, pues una inesperada fuerte
olor a putrefacción nos obligaba a entrar en casa. En una ocasión,
estando sentadas en la puerta, vino una chica enfadadísima porque
alguien había entrado al edificio y grabado con el móvil a
nosequién en la ducha, según ella tal acontecimiento estaba
relacionado con nuestra presencia y esta era la razón por la que no
podíamos permanecer sentadas en la puerta de la calle. Nunca supimos
si se trataba de un piropo o de una amenaza, sin embargo el argumento
era de una lógica aplastante como podéis imaginar. A eso es a lo
que me refiero cuando digo que no entiendo la lógica india.
En la foto podéis ver las escaleras de la puerta de casa de mi primer hogar en Bangalore junto con mi compañera Anaí, sin duda el mejor lugar en aquella casa. |
Ahora ya estamos por fin
instaladas en nuestro apartamento, es muy grande y con mucha luz. Mi
habitación es muy espaciosa y tengo un baño para mí sola, eso sí,
no tengo agua caliente, pero no importa, aquí siempre hace mucho
calor ¿Por qué no me traería ningún pantalón corto para estar
por casa? Aún no nos han montado la cocina y la nevera no funciona,
estamos a la espera de que la arreglen. Por lo que he visto calculo
que eso llevará su tiempo. El grifo de la cocina a penas tiene
presión igual que el de la ducha y el delgado chorrito de agua nos
desespera para fregar los platos, ducharnos o lavarnos los dientes.
Sin embargo, esta vivienda ha mejorado nuestra calidad de vida, al
menos nuestra casa está limpia.
Por cierto, el tema del
agua fue empeorando hasta que ya no salía ni una sola gota de
ninguno de los grifos del apartamento, a pesar de que el tanque que
nos abastecía estaba completamente lleno. Nos llevó dos días
conseguir que viniera un fontanero. Cuando por fin contactamos con
él, nos dijo que vendría después de las cuatro de la tarde, pues
antes tenía que ir a rezar (aquí eso se respeta mucho,
indiferentemente de tu religión, es una excusa que no falla). Cuando
por fin apareció el dichoso fontanero, controló el tanque y nos
dijo que dos palomas muertas estaban bloqueando la salida del agua, y
que le llevaría dos horas limpiarlo todo. Estuvimos una semana
duchándonos, lavándonos los dientes y fregando nuestros platos con
“eau de colombe morte”, pero al menos por una vez nos dieron una
explicación sobre algo sin violar las leyes de la lógica. No sé si
podéis haceros una idea de la gravedad del asunto, nosotras nos
quedamos blancas y desconcertadas ya que nadie se alarmó al
respecto, al contrario se partían el culo! En fin, creo que ahora ya
sí hemos superado toda probabilidad de caer enfermas a causa del
agua.
Lo siento por una entrada
tan asquerosilla, os prometo que la próxima no parecerá estar
basada en La Náusea de Sartre.
gracias Ana por una aventura mas!Sigue escribiendo que me tienes enganchada.jajaja cuidate mucho. Besos
ResponderEliminarLo de las palomas ha transformado mi cara en algo parecido a cuando muerdes un pomelo, aaaagh!
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