domingo, 27 de noviembre de 2011


27 de noviembre de 2011

Nada más sencillo y normal como llegar a un país nuevo y darse de alta en el registro. Llevo en este país casi dos meses y eso aún no ha sido posible. Todos mis lunes (único día de descanso semanal) se ven invertidos en una visita rutinaria y molesta al FRRO (alias ferreiro). Se trata de las oficinas por las que todos los extranjeros residentes en Bangalore han pasado alguna vez con el fin de recibir un permiso de residencia, que les permita vivir aquí. La primera vez que visité ese lugar aún no llevaba una semana aquí. Entré en el edificio en cuestión, nadie controlaba en la puerta, a pesar de que me habían advertido que debería mostrar mi pasaporte a un hombre con escopeta, era un lugar como otros muchos aquí, muy rudimentario, sucio y oscuro. Pedí el listado de papeles que necesitaba para la inscripción, controlé que los tuviera todos y solicité el llamado token number. Esperé pacientemente dos horas hasta que fue mi turno junto con unas 100 personas más. Durante ese tiempo se puso a llover al estilo diluvio universal, sin poder distinguir muy bien la parte cubierta de la descubierta del edificio, ya que el agua caía dentro casi con la misma intensidad con la que lo hacía fuera. Tras la lluvia y una pausa de media hora en la que todos los funcionarios se largaron a la vez a comer, salío mi número (era algo así como si me hubiera tocado algo) y me dirigí al mostrador. Cuando por fin pude enseñar a alguien mis papeles me dijeron que podía subir al piso de arriba, por fin, pensé yo. Lo que no sabía era que arriba me esperaba un proceso un poco más largo en el que me enviaban de una ventanilla a otra, un total de cinco, miraban mis documentos durante unos minutos y luego me hacían preguntas absurdas para demostrarme que no habían entendido absolutamente nada de aquello que se suponía habían leído. Tras un total de más de cinco horas pude salir de aquel lugar, en el que me dijeron que volviera al cabo de 15 días.
Volví al cabo del tiempo mencionado y me dijeron que esparara una semana más y así lo hice, al final llamaron por teléfono para decirnos que nuestro permiso de residencia estaba listo, tanto el mío como el de mi compañera. Fuimos otra vez a recogerlo, nos lo entregaron y, por supuesto, como no pueden hacer las cosas bien a la primera, debe ser un distintivo cultural, mis apellidos estaban mal escritos, así que tuvimos que esperar una media hora más hasta que nos lo entregaran por fin. Y esta es la historia de cómo conseguimos por fin un permiso de residencia en la India, lástima que sólo fuera válido hasta el 5 de enero. Después de tanta historia y de tener un visado de un año, me dan tan solo tres meses de permiso ¡¿será posible?! A veces resulta my difícil reaccionar ante tanta inutilidad, sobretodo porque nunca daban una respuesta a nuestras preguntas. Volvimos a nuestra oficina y se lo contamos a las jefas, ellas tampoco lo entendían, nos dijeron que probablemente el problema era que querían dinero extra. Así que durante tres semanas más hemos seguido yendo al ferreiro con la persona de una de nuestras jefas (dijo: my person come with you), quien se suponía nos iba a ayudar a solicitar una extensión del permiso, algo que no está resultando nada fácil, cada día que vamos nos piden un documento diferente o se lo inventan. El último día nos dijeron que necesitaban un police report, es decir que la policía verificara que realmente vivimos en el lugar que les hemos dicho. En un principio este documento no era necesario, así lo ponía por escrito en un papel y así se los mostramos al señor del ferreiro, quien sin perder un minuto cogió su bolígrafo y tachó la frase en la que decía que en nuestro caso esto no era necesario y nos dijo: ahora ya sí lo necesitáis. Nosotras, obviamente, no salíamos de nuestro asombro.
Bueno, una vez más no hubo suerte, así que nos dirigimos a la comisaria para recibir el papel que necesitábamos. -Pero no, comisaria no es la palabra, es una palabra demasiado limpia y bonita para designar aquel lugar, me gusta más truyo, aunque no era una cárcel. No quiero ni imaginarme cómo es una cárcel en este país-. Después del ya mítico interrogatorio absurdo, un policia vino con nosotros en coche para efectivamente comprobar que residíamos en el lugar que le habíamos dicho (el servicio tuvo un coste de 1000 Rp). Cuando llegamos a casa, Anaí y yo acompañamos al policía hasta nuesto apartamento. Él entró y comentó algunas cosas con la persona quien también subió con nosotros. Para nuestra sorpresa, la primera cosa que llamó la atención del señor policía fueron cuatro botellas de cerveza vacías que esperaban ser recicladas encima de la nevera. No entendimos lo que decía porque hablaba en canarés o hindi, no lo sé, pero entendimos perfectamente que aquellas botellas iban a suponer un problema más. El policía dió una vuelta por toda la casa, entró en nuestras habitaciones e incluso en nuestro baño, sólo le faltó abrir la nevera, donde hubiera encontrado un par de botellas más, esta vez sí, llenas.
Bajamos a la calle y subimos al coche, donde nos esperaba el chófer,y nos dirigimos de nuevo al truyo, la persona, el policía, Anaí y yo. De camino el policía comentaba en su idioma a la persona y al chófer algo que debía ser muy gracioso,de alguna manera sospechábamos que las cuatro botellas de cerveza tenían algo que ver con eso. Por fin llegamos, la persona y el policía se bajaron del coche y nos dijeron que esperáramos. Nosotras dijimos al chófer que esperaríamos en el bar de enfrente tomando un té al estilo bangaloril. Desde el bar sorprendimos a nuestro chófer haciendo un gesto con la cabeza a alguien, pensamos que la persona ya había salido de la comisaria e intentamos beber rápido el té recién servido. A continuación el chófer hizo otro gesto, esta vez nos incumbía de mala manera, sin poder contener la risa, señaló el bar en el que estábamos nosotras y levantó su mano en forma de “estas dos ya le están dando otra vez al alpiste”, luego nos miró y encontró nuestras miradas desorientadas entre tanta incomprensión. A los pocos segundos vimos aparecer a la persona, entró en el bar con nosotras y nos dijo que había hablado con el policía y que le había tenido que decir que las botellas del demonio no eran nuestras, sinó de una rusa a la que a penas conocíamos, pero que en ocasiones venía a casa a beber alcohol... No supimos qué contestar. ¿Para qué viene alguien a quien a penas conocemos a nuestra casa a beber cerveza?
Volvimos a entrar en aquel truyo, lleno de personas que parecían pasarlo muy bien a costa nuestra. Por fin, conocimos al señor comisario, quien con un tono más que militarizado y con un inglés más que incomprensible nos realizó las preguntas más absurdas que se le pasaron por la cabeza en aquel mismo momento, se llevó la palma la de: ¿Cómo habéis llegado a la India?, a lo que nosotras muy educadamente contestamos, en avión. Nos hubiera gustado añadir, gilipollas. 
Por suerte, en ese momento ya nadie se acordó de las tristes cuatro botellas de cerveza. Ahora estaban preocupados por temas más importantes. Al salir de la comisaria preguntamos a la persona a cerca de nuestra situación y si había conseguido que le firmaran el papel. Nos dijo que ahora querían que les compráramos un ordenador, por supuesto, la empresa y no nosotras. Nuestras jefas nos dijeron que no cederían al chantaje. Hoy nos han dicho que han conseguido el papel firmado, por lo visto lo han solucionado de algún modo que nosotras de momento desconocemos. Así que mañana, lunes claro, volveremos al ferreiro con nuestro police report, ¿nos harán pasar al piso de arriba esta vez?
La verdad es que si me tengo que volver a casa por Navidad, pues cojo mis maletas y tan contenta.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Una noche de concierto!


Ayer asistí a un concierto de música electro-experimental en un pub de Bangalore. Me gustó mucho, los músicos eran realmente muy buenos y combinaban su música con proyecciones robadas de las calles de alguna ciudad de la India. Por una noche me pareció no estar tan lejos de casa. Creía que me encontraba en algún garito de Berlín o de Barcelona. No podía evitar tener la sensación de que cuando saliera de allí cogería el metro con dirección a casa. A pesar del cansancio acumulado tras una dura semana de trabajo, mereció la pena salir y descubrir que en esta ciudad no sólo hay contaminación, ruido y basura, sino que también hay personas preocupadas y comprometidas culturalmente y que crean cosas muy interesantes. A las 23 h del sábado noche terminó la fiesta y unos amigos se ofrecieron a llevarnos a casa en coche. Es un alivio no tener que contender con rickshaws a esas horas, pues no todos tienen ganas de llevarte y los que te llevan, lo hacen a cambio de un precio demasiado alto, por lo que la vuelta a casa puede convertirse en una discusión, con diferentes conductores de rickshaw, que puede alargarse tanto como lo que tarde en llegar el acuerdo. Pero esta vez viajaba en coche. En el asiento de atrás nos apretábamos cuatro personas, parece ser que esta es una práctica normal en el país. La policía nos paró dos veces para dos controles de alcoholémia, por suerte no advirtieron el número de pasajeros del vehículo, o tal vez lo vieron y no les importó, aquí todo el mundo lleva los cristales tintados, por lo que no resulta fácil ver a través de la ventanilla y aún menos si es de noche. Así que pudimos llegar a casa sanas y salvas en multitudinária compañía y sin multas!

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Un mes más tarde...





5 de noviembre 2011

De alguna manera empiezo a sentirme cómoda en esta ciudad, a penas me molestan los ruidos, cada vez me dan menos asco esos olores, he perdido el miedo a cruzar las calles (nunca creí que diría esto) y la lógica india me molesta cada día menos, pero sigo sin entenderla. 

Anjuna Beach, Goa. Un vaca en la playa.
Anaí y yo hemos pasado una semana en Goa ¡por fin he podido disfrutar de un atardecer en el mar!, ha sido como un paréntesis entre tanto estrés bangaloril. Hemos conocido a un montón de aventureros que sin pensarlo dos veces han dejado sus trabajos y sus vidas en sus respectivas ciudades y se han metido en la apasionante aventura de viajar durante un largo tiempo alrededor del mundo. Me han hecho pensar en lo bonito y atractivo que resulta romper con la estabilidad y seguridad que nos da el día a día para descubrir que más de interesante hay en la vida, qué otras cosas podemos encontrar en el mundo. Pero no sólo eso, también hemos disfrutado de la playa y de las cálidas aguas del mar arábigo. También he aprendido a conducir una moto que me alquilaron sin problemas por 200Rp, unos 3€, todo el día. Al principio me daba miedo pero en seguida aprendí a esquivar vacas por la carretera y a tocar el claxon como la que más. Sin embargo no todo podía ser tan perfecto, a cambio de tanto placer hemos tenido que alimentar a un regimiento de chinches en contra de nuestra voluntad. Mordieron cada milímetro de nuestras extremidades sin ningún tipo de piedad, nuestros movimientos eran cada vez más parecidos a los de los pobres perros pulgosos que habitan Bangalore, hemos estado rascándonos desesperadamente durante casi una semana, noche y día. Sin duda, hasta hoy es el peor bicho que me ha picado, me cuesta imaginar que la malaria sea peor que esto!
Si Gandhi levantara la cabeza...
Trabajo muchas horas y lo único que me preocupa es aprender mucho como profesora y adquirir la experiencia necesaria para poder transmitir mis conocimientos de la manera más efectiva posible. Hoy ha venido una representante del Cervantes para controlar el funcionamiento de la escuela, nos ha dicho que esta es una muy buena oportunidad que nos va a hacer crecer mucho a nivel profesional. Esas palabras me han ayudado a justificar porqué trabajo tantas horas por tan poco dinero y en una ciudad como esta. Por suerte mis alumnos son muy majos y me divierto mucho enseñándoles, creo que están aprendiendo y que les gustan mis clases. Es algo que, al igual que a nuestro queridísimo Juan Carlos, me llena de orgullo y satisfacción. 

He conocido por casualidad otros españoles que también viven en Bangalore. Es bonito ver que hay otra gente metida en una aventura parecida a la mía. También he visto un puesto de venta de productos hechos por mujeres de la fundación Vicente Ferrer, me han animado a ir a visitarles y me han entrado muchas ganas de hacerlo. Espero tener pronto unos días para ir a verlos y conocer al niño que mi madre tiene apadrinado. Creo que esa puede tratarse de una visita muy interesante para conocer la fundación y saber cómo funciona realmente.

Por cierto ¡hoy por fin ya tenemos nevera! ¡Y funciona!

domingo, 6 de noviembre de 2011

¡Qué asco!

16 de octubre de 2011
Ya hace más de diez días que estoy en Bangalore y cada vez me siento un poquito más parte de la ciudad. El pasado jueves nos mudamos, por fin, a la que será nuestra vivienda definitiva durante el próximo año. Pasé más de una semana en aquella residencia, compartiendo habitación con alguien a quien acababa de conocer y el baño con gente que ni tan solo se dejaba ver, resistiéndome a guardar mi ropa en aquél maloliente armario. Todo el piso en general tenía un aspecto un tanto asqueroso, a pesar de que todos los días venía una niña a fregar los platos y “¿limpiar?”; ese suelo no sabía lo que era una fregona, la mugre se incrustaba en las losas hasta formar parte de ellas y creando una película oscura y rugosa a través de la que aún se intuía el suelo original. El baño era “limpio”, ya que también tenía la función de plato de ducha; el agua salía de una de las paredes y no había manpara ni cortina que controlara el esparcimiento del agua por todo el cuarto, esta era la razón por la que el baño se conservaba más o menos en condiciones, a excepción de la taza del váter, desgraciadamente debía estar colocada en un lugar estratégico al que el agua no podía llegar. La cocina tenía aspecto de avanzada precariedad, los armarios viejos, mugrientos y a pesar de ello, cerrados con candado, las paredes mostraban marcas de ancestrales goteras y la cocina era una especie de camping-gas de doble fuego. También teníamos una sala comedor con una mesa grande rodeada de sillas, nunca nos sentamos allí, pues las mugrientas manchas de restos de comida de la mesa no eran nada en comparación con las de las sillas. También había un sofá y dos sillones. A veces por las mañanas abría la puerta de la calle y me sentaba en el sillón mientras desayunaba mis cereales con profunda sensación de asco, pero con el paso de los días se me hacía cada vez más ameno sentarme al lado de la puerta abierta y ver a los vecinos salir de casa o algún que otro rickshaw o motocicleta que pasaba por la puerta. Siempre veía alguna mujer mayor calle abajo o algún vendedor ambulante, lanzando gritos incomprensibles para mí. Anaí y yo nos acostumbramos a salir todas las noches a cenar nuestro ya mítico sándwich de queso en las escaleritas de la puerta. El vigilante del edificio ya nos conocía y siempre intentaba darnos conversación, era un hombre un poco raro, no nos gustaba hablar con él, llevaba arroz pegado en la frente y nos decía que las mujeres no deberían beber alcohol, pues el pobre hombre ignoraba que aquello que, nuestras aparentemente, inocentes tazas de café contenían era la cerveza que tanto tiempo nos había llevado encontrar en esta ciudad. A menudo no podíamos quedarnos en las escaleras de la puerta todo el tiempo que nos hubiera gustado, pues una inesperada fuerte olor a putrefacción nos obligaba a entrar en casa. En una ocasión, estando sentadas en la puerta, vino una chica enfadadísima porque alguien había entrado al edificio y grabado con el móvil a nosequién en la ducha, según ella tal acontecimiento estaba relacionado con nuestra presencia y esta era la razón por la que no podíamos permanecer sentadas en la puerta de la calle. Nunca supimos si se trataba de un piropo o de una amenaza, sin embargo el argumento era de una lógica aplastante como podéis imaginar. A eso es a lo que me refiero cuando digo que no entiendo la lógica india.


En la foto podéis ver las escaleras de la puerta de casa de mi primer hogar en Bangalore junto con mi compañera Anaí, sin duda el mejor lugar en aquella casa.

Ahora ya estamos por fin instaladas en nuestro apartamento, es muy grande y con mucha luz. Mi habitación es muy espaciosa y tengo un baño para mí sola, eso sí, no tengo agua caliente, pero no importa, aquí siempre hace mucho calor ¿Por qué no me traería ningún pantalón corto para estar por casa? Aún no nos han montado la cocina y la nevera no funciona, estamos a la espera de que la arreglen. Por lo que he visto calculo que eso llevará su tiempo. El grifo de la cocina a penas tiene presión igual que el de la ducha y el delgado chorrito de agua nos desespera para fregar los platos, ducharnos o lavarnos los dientes. Sin embargo, esta vivienda ha mejorado nuestra calidad de vida, al menos nuestra casa está limpia.
Por cierto, el tema del agua fue empeorando hasta que ya no salía ni una sola gota de ninguno de los grifos del apartamento, a pesar de que el tanque que nos abastecía estaba completamente lleno. Nos llevó dos días conseguir que viniera un fontanero. Cuando por fin contactamos con él, nos dijo que vendría después de las cuatro de la tarde, pues antes tenía que ir a rezar (aquí eso se respeta mucho, indiferentemente de tu religión, es una excusa que no falla). Cuando por fin apareció el dichoso fontanero, controló el tanque y nos dijo que dos palomas muertas estaban bloqueando la salida del agua, y que le llevaría dos horas limpiarlo todo. Estuvimos una semana duchándonos, lavándonos los dientes y fregando nuestros platos con “eau de colombe morte”, pero al menos por una vez nos dieron una explicación sobre algo sin violar las leyes de la lógica. No sé si podéis haceros una idea de la gravedad del asunto, nosotras nos quedamos blancas y desconcertadas ya que nadie se alarmó al respecto, al contrario se partían el culo! En fin, creo que ahora ya sí hemos superado toda probabilidad de caer enfermas a causa del agua.


Lo siento por una entrada tan asquerosilla, os prometo que la próxima no parecerá estar basada en La Náusea de Sartre.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Mi primer día en Bangalore


5 de octubre de 2011


Ha sido mi primer día en Bangalore, estoy agotada y aún no salgo de mi asombro. Durante el vuelo estaba muy procupada, no podía dejar de pensar en que llegaría a un aeropuerto del tercer mundo donde me esperaba un hombre, a quien yo no conocía, que me llevaría hasta no sé qué lugar en el que supuestamente podría sentirme a salvo. Pues bien, a eso de las 3.30 de la mañana, cuando por fin hube pasado los controles a la salida del aeropuerto, salí por aquella puerta tras la cual encontraría a un hombre sujetando un cartel con mi nombre escrito. Al salir, el mayor de mis miedos se realizó, a aquella hora solo había tres hombres sujetando carteles con un nombre y ninguno era el mío. En cuestión de segundos los taxistas, uno tras otro, me preguntaban si quería que me llevaran a casa, yo les decía que no. Uno de ellos insistió especialmente y comenzó a interregorme, al final le pregunté que quien era él y me dijo que era un gestor de taxis o algo así, me enseñó un documento que no quise alcanzar a leer; mi chófer debía estar en algún lugar, pero no lo veía. Tenía miedo de que me robaran, de que me cogieran y me llevaran a la fuerza a algún lugar, todo era extraño, todos eran muy morenos de piel, todos querían algo de mí, todos me miraban fijamente y estaban pendientes de mis movimientos. Mi chófer no aparecía, pero estaba claro que yo iba a necesitar dinero, así que cambié 50€ por los que recibí poco menos de 3000Rp, guardé mi dinero y me dirigí a llamar por teléfono. Era una especie de velador metálico, bajo el que descansaban un hombre que apoyaba sus pies desnudos sobre un taburete y el taxista que pretendía interrogarme. Me acerqué y le pregunté si podía llamar, me dijo que ahí tenía el teléfono, era un teléfono viejo, lo descolgué y no daba señal, entonces el hombre reajustó los cables hasta que se encendió una pantalla azul en el teléfono. Marqué el número de la persona que me había contratado, tardaba mucho en descolgar, seguramente estaba durmiendo a esa hora, pero cuando estaba a punto de abandonar alguien respondió al teléfono, ¡Umita! - le dije- Soy Ana ¿recuerdas que hoy llegaba a la India?- Ella respondió que su chófer debía estar allí en algún lugar y que lo llamaría para que se dirigiera a buscarme. En cuestión de minutos apareció un chico joven que mostraba un cartel en el que ponía mi nombre. Su cara me pareció de confianza y me dirigí con él hacia el coche. Era un coche gris y pequeño. El chico colocó mi maleta en un lado del asiento de atrás y me dijo que me sentara en el otro lado. Quise darle conversación y hablar con él, pero él no parecia muy interesado, así que permanecí callada observando y admirando todo lo que había a mi alrededor. En primer lugar me llamó la atención la forma de conducir; tocan el claxon continuamente, yo no entendía porqué, hablan tranquilamente por el móvil mientras conducen, por supuesto nadie usa cinturón de seguridad, las lineas de división de las vías de la carretera no se respetan lo más mínimo, no todos los coches encienden las luces de noche, sino que te los vas encontrando a medida que te acercas, la gente no cruza la calle, sino que se tira a la carretera con la esperanza de que no lo atropellen. No entendía nada, sólo era capaz de reconocer una infracción tras otra. Miraba a mi alrededor y lo veía todo en obras, parecía que las calles estuvieran en construcción, poco más tarde concluí que estaban más bien en ruinas. Después de recorrer algunos kilómetros el chófer se paró delante de una casa, a la que no sabía cómo ibámos a entrar, llamó por teléfono, finalmente llamó al timbre de la puerta y entonces nos abrió una chica, se trataba de Anaí, mi compañera de piso y trabajo. En aquel momento desaparcieron todas mis dudas acerca de que todo aquello fuera una trampa para llevarme a un puticlub. Al fin pude respirar tranquila e irme a la cama, tras una larga conversación.

A la mañana siguiente me despertaron tocando al timbre de al puerta, fui a abrir y era una chica que trabajaba en la escuela, Aetka, vino con el chófer del día anterior y me llevó a la escuela. Durante el trayecto pude ver las calles de Bangalore durante el día; mucho tráfico, muchos claxons, muchas infracciones, muchos colores, mucha gente, mucho movimiento en general. Edificios muy desgastados, basura por todas partes, perros y vacas rondando por las calles... Por fin llegamos a la escuela, parecía un barrio más bonito que en el que estaba ahora, la escuela era preciosa y el apartamento en que nos trasladaremos en pocos días también era muy bonito.