sábado, 21 de abril de 2012

Un nuevo compañero de piso

Se llama "Fuyu", como el de la historia interminable. 
Era de noche y Anaí bajó al primer piso para buscar un libro que se había olvidado. No pasaron ni cinco minutos cuando la oí gritar escaleras arriba. Me asusté y salí a ver qué pasaba. Sólo vivimos nosotras dos solas en todo el edificio, no sabía qué podía ser. Anaí me dijo que había visto algo abajo y bajamos otra vez las dos juntas. Nos quedamos en el pasillo y en pocos minutos, de una de las habitaciones salió un gatito asustado. Me acerqué con cuidado y él empezó a restregarse en mis piernas y a pedir mimos. Lo cogimos y lo llevamos a casa para darle algo de comida y agua. Nos cogió confianza en seguida, está completamente loco, es muy jovencito y nos muerde las piernas cuando caminamos por el piso, no nos deja en paz. Me recuerda a mi Lase cuando era pequeño. A la mañana siguiente cuando me levanté ya se había ido... Qué penita, pero supongo que tendrá una casa, parecía estar muy acostumbrado a la gente. 
Al siguiente día por la tarde, cuál fue mi sorpresa cuando lo oigo maullar y dar un salto desde el edificio de al lado hasta la ventana de nuestro comedor ¡Había vuelto! Es más majo... Creo que tenemos un ocupa en casa, pero no importa, es muy gracioso :)

sábado, 14 de abril de 2012

Varkala y Allapey


En la segunda estación de tobuses.
¡Nos vamos a Kerala! por fin la playa y los backwaters. La idea suena bien, pero como siempre, en la India nada es tan sencillo. Salimos de casa Anaí y yo con nuestras mochilas a la espalda, paramos a un rickshaw y le decimos que nos lleve al lugar en que nuestro billete de autobús indica. Nos dejamos timar, no hay tiempo para regateos. Llegamos al supuesto Anand Rao Cercle, el conductor se baja para preguntar (aquí las calles probablemente tengan nombre y número, pero nadie los usa, así que siempre es muy difícil encontrar algo). Nosotras esperamos y vemos a un hombre tumbado en medio de la calle, con la cabeza reposada en un charco de agua pestilente. La gente y los coches lo esquivan al pasar. No está muerto, creemos que sólo está borracho, pero nadie se acerca a comprobarlo. El conductor vuelve y nos deja en un sitio que parece una estación, dónde hay un bus pequeño, nos dicen que tenemos que subir ahí, que este bus nos llevará al siguiente. No tenemos otra opción. Llegamos a una estación de buses más grande pero mucho más decadente. Hay algunos autobuses que parecen de largo recorrido, nos pasamos media hora preguntando a todos si son el nuestro, al final, llega otra vez un bus pequeño y nos dicen que subamos. Llevamos seis meses aquí pero estos indios siempre saben cómo sorprendernos. Por fin llegamos a una calle y ¡nos hacen subir a nuestro bus! Los asientos son sorprendentemente cómodos y hasta nos daban una mantita, merece la pena pagar un poco más, al menos así te aseguras de que no te picarán las chinches todo el camino (es realmente desagradable, sé de lo que hablo). Vaya, y ¡hasta nos ponen un peli de bollywood!

Llegamos a Trivandrum a las 9 de la mañana (más de 12 horas de viaje) y vamos a la estación de trenes para ir a Varkala. Pagamos 21 INR por un trayecto muy cómodo de media hora. Al llegar a Varkala no nos lo podemos creer, los conductores de rickshaws no nos esperan en la puerta y no nos persiguen con intenciones de engañarnos, sino que somos nosotras las que tenemos que buscarles. Sabemos que el sitio no está muy lejos, estimamos que cuesta unas 50 INR, preguntamos a uno y nos pide 80 INR, le decimos 60 INR y nos dice que no y se va. No entendemos nada, esto normalmente no pasa, pero en la India no existen las leyes universales, así que nos acercamos a otro y nos pide 70 INR, intentamos bajar el precio pero resulta imposible, no tenemos otra opción. Más tarde nos cuentan que en este estado la gente es comunista y no regatea...
Una vez en el hostal Anaí se da cuenta de que se ha olvidado el móvil en el tren. Sólo teníamos un móvil, así que nos hemos quedado incomunicadas, la cual cosa es un problema, pues habíamos quedado en encontrarnos con Anubhav (un compañero de trabajo que decidió venir de vacaciones con nosotras en el último momento) en Varkala. Por suerte, tras algunas horas nos lo encontramos por casualidad de camino a la playa.
El hostal, llamado Mother palace (el palacio de tu madre) está encima de un acantilado, así que hay que bajar unas escaleras para llegar a la orilla. Teníamos muchas ganas de bañarnos, pues hacía un calor asfixiante, el problema eran las olas, este mar no es como mi Mediterraneo, en el que se puede nadar plácidamente o en el que se puede jugar con las olas. Aquí el mar no quiere intrusos, y las olas te expulsan con toda su fuerza cuando intentas entrar en él. No pudimos darnos un baño tranquilo, pero al menos nos refrescamos un poco con agua caliente. Tras semejante golpe de calor vamos a un chiringuito a tomar una cervecita y nos dicen que hoy no se bebe ¡que es viernes santo! A ver si ahora van a ser más cristianos en la India que en Europa!
Los pescadores.
La playita desde el acantilado. 

Hace mucho calor...
A la que te descuidas te ocupan la toalla :)



A la mañana siguiente nos dimos un madrugón increíble para poder pasar todo el día en Allepey (o Allapuzha como lo llaman los lugareños, la verdad es que, para nuestra sorpresa, olía mejor de lo que esperabamos). Tras un viaje en tren de tres horas en un vagón lleno de gente y sin aire acondicionado llegamos a Allepey (Allapuzha). No habíamos desayunado, así que teníamos un poco de hambre y entramos en un lugar para comer algo. Sólo había Appam con veg curry, muy rico aunque no tenga nada que ver con el desayuno occidental, sobre todo porque cominos todo lo que quisimos por 90 INR (1,33€) los tres.


¡Miradme! ¡Ya sé comer con las manos!

Con el olor a curry todavía en los dedos salimos en busca del barco que nos dará un paseo por los backwaters. Se trata de los numerosos y anchos canales de agua que hay después de la linea de mar. Contratamos un barco con un señor y nos cobra 2000 INR por cuatro horas a los tres juntos. No nos parece caro y nos embarcamos con la esperanza de no vulcar en aquel agua tan turbia. Durante un buen rato estuvimos navegando por anchos y estrechos canales, a orillas de los cuales se extendían cantidad de pueblos.
Nuestro barquito.

Estas plantas tan verdes en realidad son malas.
Absorben el oxígeno del agua y los peces se mueren.



Un señor que hoy se ha levantado con ganas de lavar su ropa.


Otro que le ha pasado igual.

Una señora pescándose la cena.



Esta señora ha decidido que ya no quiere frotar más y
ahora se dedica a aporrear la ropa.

Estos eran unos vendedores ambulantes en su canoa.

Anaí y Anubhav disfrutando del paisaje con el barquero de fondo. 

La futura casa de Anaí.

La típica reunión de vecinos en falda. 
Lavando el vedriao.










Casi al final del recorrido el señor barquero nos dejó en un lugar para que comiéramos un coco, dicen que los cocos de  Kerala son los más dulces, y no le faltaba razón estaba riquísimo.


Yo, que me bajo tan contenta del barco para beberme un coco y
por el camino me encuentro esta flor tan bonita.

Y a la que me descuido ¡viene un águila y se la come!

Nuestra travesía llega a su fin. Nos dirigimos a la estación para volver a Varkala. El calor es realmente insoportable. Por fin llega el tren, conseguimos sentarnos en un compartimento, hace mucho calor, y nos pasamos el viaje agonizando y bebiendo agua que ya no estaba fresca. El techo está plagado de ventiladores, pero es inútil, el calor asfixia. Llegamos a Varkala justo para ver el atardecer en el mar. Por suerte, hoy sí tienen cerveza, nos la merecíamos después de tan duro día. Nos duchamos y salimos a cenar. Acabamos en un restaurante a orillas del acantilado en el que te sirven la cerveza en tazas de té, pues en toda la India, a excepción de Goa, las tasas por venta de alcohol son muy altas, por eso los hosteleros se preocupan tan bien de camuflarlo, son profesionales del engaño.


El atardecer de Varkala.

Al tercer día me levanté por la mañana y fui a dar un paseo por la orilla del mar. Caminé hasta llegar a una cala donde no había nadie, sólo una manada de perros. Me dí un baño muy corto, pues ese mar parecía bastante antipático. A la vuelta me encuentro con grupos de personas en la orilla del mar mirando hacia el horizonte. Veo que uno de esos grupos tienen una estatuilla de una virgen, claro, es domingo de resurrección. Me fijo y veo que todos los grupos de personas tienen algo encima de la arena; una virgen o un simple tronco de platanero adornado con flores. En la costa del suroeste hay muchos cristianos, pues los portugueses dejaron aquí su legado.

Esa noche fuimos a cenar a casa de una mujer que nos había recomendado nuestra amiga Isabel, quien nos dió su teléfono. La llamamos y estuvimos buscando su casa durante más de una hora, debido a diferentes confusiones, algo muy normal en este país. Cuando por fin dimos con el cruce en el que nos tenía que venir a buscar su hijo ya era de noche y comenzó a llover y por si fuera poco también se fue la luz. Por suerte el chico vino con una linterna y nos condujo por inóspitos caminos hasta la casa de su madre. Al llegar a aquella casita de 60 años se desató la tormenta. Nos sentamos en un humilde porche a la luz de una vela. Comenzó a llover con muchísima fuerza sin que los truenos y relámpagos dieran tregua, a los pocos minutos comenzaron las goteras en el porche, y por lo que pudimos comprobar más tarde también dentro de la casa. La señora, muy amable, nos decía que no nos preocuparamos, que podíamos quedarnos a pasar la noche, en su casa o en la del vecino. Por fin nos trajó la comida. Nos puso una hoja de platanero a cada uno y nos sirvió la variedad de platos que había preparado acompañado todo de arroz. Por suerte, Anubhav había venido con nosotras y nos explicó cómo comer con las manos. Esta fue la primera vez que comí arroz sin depender de cubiertos y tengo que decir que me encantó. Comer con las manos hace la comida mucho más sabrosa y te permite conocerla a través del tacto antes de saborearla. ¡Hay que repetirlo!
La comida estuvo deliciosa, gracias a Isabel pudimos disfrutarla, y la mujer sólo nos cobró 200 INR (unos 3€) a cada uno, le pagamos 1000 INR (unos 15€) entre los tres. Por suerte había dejado de llover y pudimos volver a casa, eso sí, en la oscuridad de la noche, porque la luz no volvió hasta la mañana siguiente.

El último día, hartos de no poder nadar en el mar, pagamos 200 INR para entrar en la piscina de un hotelazo. Parece una idea refrescante, pero en realidad sólo es una idea ya que el agua estaba mucho más caliente que la del mar. En fin, nos dimos nuestro último baño, tomamos nuestra última cerveza y nos vamos en busca de nuestro bus de vuelta a Bangalore.


Nuestro bus debía llegar a Bangalore a las 6 de la mañana, con lo que nos daba tiempo de darnos una ducha e ir a clase directamente. Sin embargo no llegamos hasta más tarde de las 9 y sin móvil no podíamos avisar a nadie. Por un momento lo pasé mal, pero luego me acordé del país en el que estoy y, efectivamente, a todo el mundo le pareció normal, incluso a la jefa.


domingo, 1 de abril de 2012

Dehli y Agra


Salimos para Dehli a eso de las 7 de la tarde, hora india, mi compañera Anaí, su madre y yo. En el aeropuerto, mientras esperamos que abran la puerta de embarque, nos tomamos una cervecita a precio desorbitado en la zona en la que se permite beber. Por fin embarcamos y al cabo de casi tres horas empezamos a descender. Desde el avión se me ocurre echar un vistazo hacia abajo para contemplar la ciudad en la que estoy a punto de aterrizar, es increíblemente inmensa, no se donde comenzaba pero no llegué a verle el fin, todo lo que alcanzaba mi vista, a excepción del cielo, estaba cubierto por una aglomeración de luces que se deslumbraban unas a otras, me dio miedo. Una vez en tierra cogimos nuestros bultos y nos dirigimos a la salida, donde nos esperaba el chófer del hotel sujetando un cartelito con nuestro nombre escrito. A esas horas no podíamos arriesgarnos a coger cualquier taxi. Llegamos a la puerta del hotel y, después de pasar los correspondientes controles de seguridad, por fin nos dejan entrar. Nos da la bienvenida todo el mundo; el que te abre la puerta, el que te la cierra, el guardia de seguridad, el que andaba por allí arreglando algo, el que llama por teléfono, el que recibe las llamadas telefónicas y por fin el encargado de la recepción. Un chico muy amable vestido con traje y corbata, nos pide nuestros datos y nos da la llave de la habitación. Subimos al piso y al abrir la puerta una corriente de aire helado nos echa para tras, ya no estábamos acostumbradas a esas temperaturas. Pues debían pensarse que eramos rusas porque la habitación bien simulaba las bajas temperaturas siberianas. Tras algunos minutos nos subieron una cama extra, un plegatín muy cómodo en el que dormí yo, me recordó mi infancia. El único inconveniente es que el hombrecito que hacía la cama, muy bien hecha por cierto, siempre me dejaba la parte de arriba un poco corta, eso siempre me ha dado mucha rabia, y la segunda noche, en un intento de estirar la sabana todo lo que daba y olvidándome de que estaba en un plegatín, resultó lo que podéis apreciar en la imagen de a continuación:



La primera noche dormí estupendamente y al levantarme miré por la ventana, una oscura y espesa niebla cubría el cielo de la ciudad, sin embargo me pareció que había menos tráfico que en Bangalore y que las calles estaban mucho más limpias (a diferencia de lo que nos había contado mucha gente). Una vez a pie de calle pude corroborar mi suposición. 



Desayunamos en el hotel y nos fuimos a la embajada española en un taxi sin cuenta quilómetros, ese fue nuestro primer contacto con la desfachatez de las personas que habitan esa ciudad, pues tuvo la cara de cobrarnos 400Rp por una distancia de unas 50Rp en términos de autorickshaw. 
Una vez en la embajada nos atendió  una chica muy simpática, aunque lo único que pudo hacer por nosotras fue compulsar el DNI de Anaí. Ni un solo consejo respecto a nuestra delicada situación laboral y ni tan si quiera una inscripción en el registro de extranjeros residentes en la India ¿alguien puede decirme para que sirve la embajada? Claro que tras el buen recuerdo que guardo de la embajada española en Berlín, no me esperaba menos. Al parecer la falta de sentido común es contagiosa, esta es una de las razones por las que no me gustaría quedarme aquí mucho más tiempo. En fin, salimos a la calle y nos ponemos a parar rickshaws hasta conseguir un precio justo, en esta ciudad se niegan a usar el cuenta quilómetros y nos vemos obligadas a pactar precios desconociendo las distancias. Nos damos cuenta de que hemos desarrollado una gran habilidad para evitar timos en la medida de lo posible ¡Un olé por nosotras! 
Nos dirigimos a la tumba de no-se-quién en la que supuestamente se había basado el Taj Mahal, al llegar nos damos cuenta de que no es más que un sacadineros, los indios pagan 10Rp, nosotras 250Rp. Desde fuera no parece gran cosa, así que decidimos tomar otro rickshaw dirección al Templo del Loto (Lotus Temple). 

Es un templo construido para la meditación, aunque no sé yo cuánto se puede meditar con toda la agitación exterior. Por fuera es muy bonito y simula una flor de loto abriéndose.


Salimos del templo y le decimos a un rickshaw que nos lleve al centro, allí entramos en un restaurante chino o japonés llamado Zen donde podemos comer con una cervecita que bien merecida nos la teníamos.

Por la tarde decidimos ir al Fuerte Rojo de Dehli (Lal Qitab). Vamos con un hombre que nos dice que le paguemos lo que queramos. Al llegar allí resulta que lo que nosotras creemos más que justo no es suficiente, sin embargo mantenemos su palabra y no soltamos una rupia más. El fuerte es muy grande y bonito, lleno de hermosas construcciones que recuerdan el estilo árabe en el interior, por contra, también esta lleno de indios, pues ellos son muchos siempre y pagan muy poco por entrar en los sitios. Una manera de fomentar el turismo interior que en España no parece haberse puesto de moda todavía. No tengo ningún problema con los indios, lo que pasa es que algunos te hacen sentir como una atracción turística, no paran de hacerte fotos descaradamente, con o sin tu permiso y con tanta insistencia que llegan a ser muy irritantes. Ya habíamos vivido algo así en nuestras minivacaciones en Goa, donde la situación era mucho mas incómoda al ir en biquini. 

Después del Fuerte tomamos un rickshaw y nos vamos al hotel, esta oscureciendo y no conocemos bien esta ciudad. Cenamos en el restaurante del hotel y nos vamos a la cama después de tan dura experiencia. 

Al día siguiente, a media mañana, nos ponemos en camino a Agra. Nos lleva el mismo taxi de ayer y por supuesto nos vuelve a timar. Al llegar a la estación de autobuses nos quedamos desconcertadas, esta desierta. Sólo hay calor, sequedad, millones de moscas en busca de cualquier cosa húmeda sin discriminación y muchas personas de una clase social cercana a la de las moscas deambulando por los alrededores. En los andenes algunos autobuses recubiertos de varias capas de polvo. Caminamos hasta el final, hasta que encontramos un hombre con pinta de saber donde para nuestro bus. Nos pide que esperemos, que va con retraso. Esperamos y en la espera vemos a un indio con aspecto de persona que parece esperar el mismo bus que nosotras. Él mismo nos lo confirma después de unos minutos, algo que nos tranquiliza, aunque nos angustia pensar que mañana a las once de la noche llegaremos a este vertedero de austeridad y miradas penetrantes. Por fin llega el bus y me toca sentarme con el indio en cuestión, un tal Faisal, muy pesado, aunque se compromete a ayudarnos a encontrar un tren de vuelta a Dehli, un intento que resultará fallido pero que se agradece. Tras más de 6 horas de viaje llegamos a Agra, la ciudad, la gente, el olor, todo asusta. Se supone que es una ciudad pequeña, que alberga una de las siete maravillas del mundo. algo imposible de imaginar al contemplar las calles. Al llegar al hotel sólo sonrisas descaradamente falsas por parte de los trabajadores. Tenemos un poco de miedo, es tarde, y aún así decidimos salir a cenar fuera. A la salida un conductor de rickshaw se ofrece a timarnos argumentando que se espera a que acabemos de cenar y nos devuelve a casa. Llegamos al restaurante, en la azotea de un edificio en ruinas. En el horizonte nocturno divisamos una silueta elegantemente cortada ¡¡es el Taj Mahal!! Se trata de una vista prodigiosa, en el restaurante a nadie parece importarle, supongo que todos aquellos guiris ya lo habían visto durante el día. Para nosotras esto fue un aliciente para desear la visita aún con mas ganas.




Volvemos al hotel y al llegar el del rickshaw nos presenta a su primo, un tal Sanjey, que parece que mañana nos quiere hacer el tour por la ciudad. Nos espera a la puerta del hotel a las 7.30h. A la mañana siguiente nos pegamos el madrugón y nos encontramos con el tal Sanjey en la puerta ¡¡vamos al Taj Mahal!! Bajamos del rickshaw y seguimos los pasos que nos llevaran a la más alta admiración. Es una buena hora, todavía no son las 8h y aún no hay demasiados turistas. Compramos las entradas: 20Rp los indios y nosotras 750Rp, nos dan una botella de agua y algo para cubrir los pies y no pisar su tesoro más preciado. Nos dirigimos a la puerta, hay tres colas: la de los hombres, la de las mujeres y la de los extranjeros. Suponemos que esa última es la nuestra y entramos. Pasamos los controles y nos detenemos a hacer un par de fotos en la puerta de entrada del mausoleo. 


Puerta de entrada al mausoleo.

¡Ahí está!

No sufráis, no voy a describirlo, solo digo que en foto no es ni la mitad de hermoso.





Damos unos paseos y centenares de fotos, cada vez hay más y más gente. Tras un par de horas nos vamos. Y salimos en busca de Sanjey que nos espera en algún lugar para llevarnos a visitar el Fuerte Rojo de Agra, donde estuvo encerrado algunos años el rey que hizo construir el Taj mahal (la tumba de su segunda esposa) y desde donde pudo contemplarlo durante todo ese tiempo. El tal Faisal me contó que este rey fue encerrado en el Fuerte por su propio hijo, ya que el padre tenía pensado llevar a cabo otros proyectos similares, como un mausoleo negro para él. El hijo, haciendo cuentas, llega a la conclusión de que si no toma medidas drásticas nunca podrá comprarse un ferrari. Y esta es la razón por la que encierra a su padre durante unos 8 años. Al llegar al fuerte nos damos cuenta de que no era tan trite, creo que a poca gente le importaría que la encerraran allí una temporada, pues las construcciones interiores eran preciosas (aunque un poco deterioradas) y se puede contemplar el Taj Mahal a lo lejos. 

Bueno, salimos del fuerte y buscamos a Sanjey, nos lleva unos cinco minutos hasta que lo vemos en medio de la multitud sentado en una silla delante de un espejo y dejándose afeitar por otro hombre que debía ser el barbero y que le procuró un buen masaje facial de clausura. Cuando termina nos subimos al rickshaw y le decimos que nos lleve a un parque desde el que se ve el Taj por la parte de atrás (Mehtab Bagh). Una vista prodigiosa e intima, algo difícil de conseguir en este país.
Methab Bagh

Después nos lleva a la zona de restaurantes, nos deja en una terraza muy acogedora, pero sucia y vacía, con vistas al Taj. Nos esperamos unos 15 minutos, nadie viene a tomar nota, nos vamos a otro sitio donde yo como un palak paneer (espinacas con queso), mmmh... lo preparan mucho mejor que en el sur. Pagamos y vamos a encontrarnos con Sanjey, lo esperamos durante unos 30 minutos y no aparece. Yo me entretengo haciendo un reportaje del transporte en la India:

Aquí van tres en una bici...

Aquí en una moto...

Ahí va la familia entera...


Aquí con niño...
Al final decidimos escribirle una nota, pues no nos gusta irnos de los sitios sin pagar, sobre todo si el perjudicado es un pobre conductor de rickshaw que nos tima cobrándonos menos de 5 euros por pasearnos todo el día. Cuando ya nos íbamos aparece el muy desgraciado, nos había visto esperar todo el rato y no había salido a buscarnos. Dice que quiere llevarnos a un bazar para que compremos cosas, no le decimos que no. Nos lleva a la tienda de algún otro primo suyo, una tienda de joyas, no era algo que tuviéramos pensado comprar, así que le decimos que nos devuelva al hotel.

Una vez en el hotel, decidimos que no nos vamos sin darnos un chapuzón en la piscina. Y ahora sí, cogemos un rickshaw a la estacion de autobuses, donde nos encontramos con la reunión de frikis más variada de la ciudad. Por suerte en nuestro bus también viaja un guiri, un tal Zack, muy majo.
Por fin arranca el bus, pensamos en la estación que nos espera y en qué vamos a hacer cuando lleguemos a media noche a aquél lugar alejado de la mano de Dios. La solución siempre es el dinero; llamamos al hotel y les pedimos que envíen un coche a recogernos. Tras 6 horas de viaje llegamos a aquella estación de la que tan mal recuerdo guardamos y al bajar del autobús ¡nos encontramos con el mismísimo encargado de la recepción vestido con traje y corbata esperándonos con una sonrisa en medio de todas aquellas personas mugrientas! En el hotel debían de estar encantados con nosotras... Dormimos como reinas en el hotel y a la mañana siguiente sólo tenemos tiempo para visitar al mezquita (Jama Masjid), desde lo lejos parecía preciosa, pero al entrar nos decepcionó bastante. Pero fue muy divertido porque a las mujeres nos ponían una túnica con colores muy divertidos y a los hombres que llevaban pantalón corto les enrollaban en una tela larga alrededor de la cintura y hasta los pies.
Jama Masjid en bata.



Tomamos una cervecita desde el restaurante giratorio más alto de la ciudad y nos vamos al aeropuerto. Fin de nuestro viaje, espero no haberos aburrido demasiado ;)