domingo, 6 de noviembre de 2011

¡Qué asco!

16 de octubre de 2011
Ya hace más de diez días que estoy en Bangalore y cada vez me siento un poquito más parte de la ciudad. El pasado jueves nos mudamos, por fin, a la que será nuestra vivienda definitiva durante el próximo año. Pasé más de una semana en aquella residencia, compartiendo habitación con alguien a quien acababa de conocer y el baño con gente que ni tan solo se dejaba ver, resistiéndome a guardar mi ropa en aquél maloliente armario. Todo el piso en general tenía un aspecto un tanto asqueroso, a pesar de que todos los días venía una niña a fregar los platos y “¿limpiar?”; ese suelo no sabía lo que era una fregona, la mugre se incrustaba en las losas hasta formar parte de ellas y creando una película oscura y rugosa a través de la que aún se intuía el suelo original. El baño era “limpio”, ya que también tenía la función de plato de ducha; el agua salía de una de las paredes y no había manpara ni cortina que controlara el esparcimiento del agua por todo el cuarto, esta era la razón por la que el baño se conservaba más o menos en condiciones, a excepción de la taza del váter, desgraciadamente debía estar colocada en un lugar estratégico al que el agua no podía llegar. La cocina tenía aspecto de avanzada precariedad, los armarios viejos, mugrientos y a pesar de ello, cerrados con candado, las paredes mostraban marcas de ancestrales goteras y la cocina era una especie de camping-gas de doble fuego. También teníamos una sala comedor con una mesa grande rodeada de sillas, nunca nos sentamos allí, pues las mugrientas manchas de restos de comida de la mesa no eran nada en comparación con las de las sillas. También había un sofá y dos sillones. A veces por las mañanas abría la puerta de la calle y me sentaba en el sillón mientras desayunaba mis cereales con profunda sensación de asco, pero con el paso de los días se me hacía cada vez más ameno sentarme al lado de la puerta abierta y ver a los vecinos salir de casa o algún que otro rickshaw o motocicleta que pasaba por la puerta. Siempre veía alguna mujer mayor calle abajo o algún vendedor ambulante, lanzando gritos incomprensibles para mí. Anaí y yo nos acostumbramos a salir todas las noches a cenar nuestro ya mítico sándwich de queso en las escaleritas de la puerta. El vigilante del edificio ya nos conocía y siempre intentaba darnos conversación, era un hombre un poco raro, no nos gustaba hablar con él, llevaba arroz pegado en la frente y nos decía que las mujeres no deberían beber alcohol, pues el pobre hombre ignoraba que aquello que, nuestras aparentemente, inocentes tazas de café contenían era la cerveza que tanto tiempo nos había llevado encontrar en esta ciudad. A menudo no podíamos quedarnos en las escaleras de la puerta todo el tiempo que nos hubiera gustado, pues una inesperada fuerte olor a putrefacción nos obligaba a entrar en casa. En una ocasión, estando sentadas en la puerta, vino una chica enfadadísima porque alguien había entrado al edificio y grabado con el móvil a nosequién en la ducha, según ella tal acontecimiento estaba relacionado con nuestra presencia y esta era la razón por la que no podíamos permanecer sentadas en la puerta de la calle. Nunca supimos si se trataba de un piropo o de una amenaza, sin embargo el argumento era de una lógica aplastante como podéis imaginar. A eso es a lo que me refiero cuando digo que no entiendo la lógica india.


En la foto podéis ver las escaleras de la puerta de casa de mi primer hogar en Bangalore junto con mi compañera Anaí, sin duda el mejor lugar en aquella casa.

Ahora ya estamos por fin instaladas en nuestro apartamento, es muy grande y con mucha luz. Mi habitación es muy espaciosa y tengo un baño para mí sola, eso sí, no tengo agua caliente, pero no importa, aquí siempre hace mucho calor ¿Por qué no me traería ningún pantalón corto para estar por casa? Aún no nos han montado la cocina y la nevera no funciona, estamos a la espera de que la arreglen. Por lo que he visto calculo que eso llevará su tiempo. El grifo de la cocina a penas tiene presión igual que el de la ducha y el delgado chorrito de agua nos desespera para fregar los platos, ducharnos o lavarnos los dientes. Sin embargo, esta vivienda ha mejorado nuestra calidad de vida, al menos nuestra casa está limpia.
Por cierto, el tema del agua fue empeorando hasta que ya no salía ni una sola gota de ninguno de los grifos del apartamento, a pesar de que el tanque que nos abastecía estaba completamente lleno. Nos llevó dos días conseguir que viniera un fontanero. Cuando por fin contactamos con él, nos dijo que vendría después de las cuatro de la tarde, pues antes tenía que ir a rezar (aquí eso se respeta mucho, indiferentemente de tu religión, es una excusa que no falla). Cuando por fin apareció el dichoso fontanero, controló el tanque y nos dijo que dos palomas muertas estaban bloqueando la salida del agua, y que le llevaría dos horas limpiarlo todo. Estuvimos una semana duchándonos, lavándonos los dientes y fregando nuestros platos con “eau de colombe morte”, pero al menos por una vez nos dieron una explicación sobre algo sin violar las leyes de la lógica. No sé si podéis haceros una idea de la gravedad del asunto, nosotras nos quedamos blancas y desconcertadas ya que nadie se alarmó al respecto, al contrario se partían el culo! En fin, creo que ahora ya sí hemos superado toda probabilidad de caer enfermas a causa del agua.


Lo siento por una entrada tan asquerosilla, os prometo que la próxima no parecerá estar basada en La Náusea de Sartre.

2 comentarios:

  1. gracias Ana por una aventura mas!Sigue escribiendo que me tienes enganchada.jajaja cuidate mucho. Besos

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  2. Lo de las palomas ha transformado mi cara en algo parecido a cuando muerdes un pomelo, aaaagh!

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