lunes, 11 de junio de 2012

Un viaje interminable

En el tren de Calcuta a Varanasi.
Decidimos viajar desde Calcuta a Varanasi en un tren de una clase menor a la tercera; sin aire acondicionado y sin rastros de que allí hubiera habido limpieza alguna. Pero no pasa nada, en menos de 20 horas habremos alcanzado nuestro destino. Entre el calor y el asco no he pegado ojo en toda la noche y he estado observando a mis vecinos de compartimento. Eran tres hombres que acompañaban a tres niños pequeñitos y a un bebé. Al principio me ha parecido muy extraño y he sospechado de algún tipo de ilegalidad, muy común por estas tierras, pero después he visto que los señores cuidaban bien de los niños. Resultaba curioso que ninguno de los niños llevara pañal, sino que de vez en cuando les palpaban los pantalones y si estaban mojados pues se los cambiaban por otros secos, sin más complicaciones.

Al amanecer me despiertan los berridos de los madrugadores vendedores de chai (té), daba la impresión de estar en medio de un rebaño de ovejas que balan llamando a su corderito - chai, chai, chai - a lo largo de todo el vagón. A partir de ese momento no han parado de circular hombrecillos ofreciendo comida y agua continuamente hasta la hora de comer. Más que un tren parecía un mercadillo. A medida que pasaban las horas iban cambiando los pasajeros y al mediodía estaba rodeada de familias indias que llevaban su propia comida en bolsas; un banquete completo, con sus platos, sus currys, su arroz, sus chapatis, incluso el dulce llevaban. Primero las mujeres servían a los hombres con las manos, es decir tocando la comida directamente con sus manos, y después se servían a ellas mismas. Cuando terminaban tiraban los restos, incluidos los platos de plástico, por la ventana del tren, una práctica muy común en este país en el que el 60% del suelo de la calle está cubierto de basura.

Una vez ha finalizado el período de comida, tocaba el turno a los que viven de la caridad: pobres, mutilados, eunucos, ciegos, mancos, cojos... Un desfile de atrocidades se paseaba delante de mis ojos pidiendo dinero con gran insistencia. La mayoría de estas personas ni si quiera pertenecen a una casta y los llaman intocables; son lo más bajo de la sociedad y son destinados a este oficio desde niños. Su propia familia, o una mafia a la que la familia ha cedido el niño por no tener otra posibilidad, les cortan algún miembro del cuerpo o más de uno, los desfiguran o hasta incluso puede que les dejen ciegos para así ganarse mejor la vida. En Calcuta vimos a muchos niños pidiendo y persiguiéndonos por las calles, las mafias les obligan a hacerlo, no tienen opción, ellos ni si quiera se quedan con el dinero recolectado, y cuando crezcan un poco serán sometidos a alguna atrocidad de por vida que los haga ser más rentables. A veces también pasaban hombres con la melena recogida y vestidos en sari pidiendo y dando palmas; niños que algún día fueron castrados y obligados a vivir de la caridad. Por lo que he oído suelen violentar a los hombres con obscenidades hasta que estos les dan dinero. Luego están los músicos, dicho así parece simpático, pero en realidad sólo hacen un ruido insoportable que sólo termina si les pagas, claro. Demasiadas infancias robadas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario