Lo prometido es deuda,
así que por fin voy a relataros lo más amenamente posible como ha
sido mi vida desde que dejé de trabajar. Os explico un poco de los
sitios que hemos visitado y de las peripecias en las que nos hemos
visto envueltas.
Salimos definitivamente
de casa, en Bangalore, para coger un avión a Calcuta, donde habíamos
planeado empezar nuestro viaje por el norte de la India. Apenas había
dormido, pues la noche anterior habíamos tenido una merecida fiesta
de despedida. Aterrizamos en Calcuta a mediodía y empieza la
“diversión”. Salimos del aeropuerto en busca de un taxi que nos
lleve a un pedazo de hotel con piscina que habíamos reservado con la
intención de darnos el placer de disfrutar por una noche del buen
vivir, y deshacernos de todo el estrés que estábamos pasando.
Después de hablar con varias personas en el aeropuerto, por fin
conseguimos que alguien entienda dónde queremos ir y cogemos un taxi
de prepago sin aire acondicionado a más de 40 ºC a la sombra, pero
no importa la piscina nos espera. Pagamos 375 INR y a partir de un
cierto punto nos dicen que el taxi tiene que poner el
cuentaquilómetros, nos calculan que seran unas 75 INR más que
tenemos que pagar al taxista después, nos parece bien. Entramos en
un carro pesado, grande y viejo conducido por un chico muy joven,
pero lo suficientemente adulto como para tener ya los dientes
manchados de mascar pan (es
como una especie de tabaco muy popular entre la gente de clase baja).
A los pocos minutos de trayecto nos damos cuenta de que en Bangalore
la gente conduce muy bien, pues aquello más que conducción
temeraria era un claro intento de suicidio; las calles estaban
completamente inundadas de vehículos de toda clase, pero eso no
impedía que nuestro taxista se sintiera como en una carrera de
formula 1. Tras una hora de viaje, varias ocasiones de accidente y un
calor infernal nos paramos a un lado de la carretera y nuestro
taxista, que no habla ni una sola palabra de inglés, nos echa del
taxi a gritos. Desde fuera, cansadas y empapadas en sudor, vemos que
hemos pinchado. Bueno, estas cosas pasan. Nos esperamos en una sombra
mientras nuestro artista soluciona el problema; levanta la parte
posterior del coche con un gato bajo un tremendo sol de mediodía, el
sudor le caía a chorros y yo tenía la impresión de que a cada
vuelta que le daba al gato nos odiba cada vez más. Cuando por fin
consigue levantar el coche saca la rueda de repuesto -¡Y qué
rueda!- Dudo que en los vertederos de coches se pueda encontrar algo
en peores condiones que aquello. La goma era tan lisa como una pista
de hockey y no solo eso, sino que además en uno de los lados de la
rueda tenía un roto nada discreto que conmemoraba alguna explosión
anterior. En fin, yo sólo podía contemplar cuanto sudor inútil
estaba siendo desperdiciado. Una vez terminado el trabajo subimos al
taxi de nuevo. En un momento de lucidez, nuestro artista cae en la
cuenta de que no sabe donde vamos y pregunta al personal que le
explican lo que saben. Aquí nos damos cuenta de que en el sur,
además de ser unos cautos conductores también tienen un excelente
nivel de inglés en comparación con lo que nos estabamos
encontrando. Después de dar millones de vueltas y preguntar a varias
personas un policía para a nuestro hombre, imagino que tenía algo
que ver con la rueda. Nos bajamos del taxi, está empezando a
anochecer y no tenemos ni idea de donde está la piscina. Nuestro
taxista tiene muy claro que no nos va a llevar a ningún sitio y nos
pide que le paguemos ¡paisando, paisando!
-nos gritaba, como si nos hubiera llevado a nuestro destino. No
pensabamos pagarle, pues estamos en medio de ningún lugar rodeadas
de personas con las que no tenemos una lengua en común. El chico se
enfada y nos dice cosas que no entendemos, nosotras también le
decimos cosas que nadie entende, a nuestro alrededor creamos cada vez
más y más espectación, hasta que nos vemos rodeadas por mogollón
de gente que observa y opina sobre lo que está ocurriendo. Queremos
pagarle, pero antes necesitamos que nos busque otro taxi o un
autorickshaw que nos lleve al hotel. Después de un rato alguno de
los allí presentes nos entiende y nos para un rickshaw que dice
saber dónde queremos ir, perfecto. Ahora queremos pagar al taxista
lo que marca el cuentaquilómetros, 150 INR (por todas las vueltitas
que nos ha dado), pero no le parece bien, dice que le tenemos que
pagar 550 INR no sabemos porqué, supongo que con el dinero que nos
consiga sacar podrá arreglar la rueda. Empieza una nueva discusión
y se nos va el rickshaw, ahora hay mucha más gente a nuestro
alrededor y todos están muy preocupados por solucionar la cuestión.
El chico nos amenaza con llamar a la policía y le decimos que sí,
que por favor lo haga. Así que nos desplazamos todos -nosotras dos,
el taxista y todo el pueblo- unos metros hasta donde había un
policía con sus gafas Rayban
de imitación. Le exponemos nuestro problema y también el taxista y
después también alguno de los allí presentes. El policía nos mira
y nos dice que le paguemos 280 INR, le decimos que eso no es justo, a
lo que responde que hagamos lo que nos dé la gana, y eso hacemos. El
taxista sigue sin querer las 150 INR así que empezamos a caminar
hacía alguna dirección sin pagar, hasta que el chico se resigna y
coge el dinero al ver que nosotras no íbamos a ceder. Bueno, ahora
no tenemos ni medio de transporte ni idea de donde estamos.
Preguntamos en una tienda por el hotel y nos dicen que son un par de
quilómetros, seguimos caminando, ya es casi de noche, estamos muy
cansadas y los únicos rickshaws que pasan van llenos. Decidimos
llamar al hotel para ver si nos ayudan. Un hombre muy majo coge el
teléfono y nos pide que le pasemos con alguien de la calle, un señor
que había por ahí ahora es el encargado de hacernos llegar a
nuestro destino y así lo hace. Nos para un rickshaw en el que ya
había nueve personas y nos sentamos al lado del conductor con
nuestras mochilas, en total eramos once y todavía se pudo subir otro
señor poco después.
Al
final conseguimos llegar al hotel de noche, cenar algo y descansar.
Esto sólo fue el primer día de nuestro viaje.
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